
Expulsado Donald Trump de Twitter y de tantas otras plataformas (Facebook, Instagram, Snapchat, Twitch…) en una decisión simultánea tras los hechos del Capitolio, el "trumpismo" parece derrotado sin sus altavoces digitales. Incontables burlas y memes ridiculizando al gigante caído, además de una cascada de elogios hacia Twitter y a su CEO Jack Dorsey, se encuentran entre las principales reacciones al "destierro digital" del pronto ex presidente de Estados Unidos.
Conviene advertir, antes que nada, del oportunismo de esta decisión, que se produce solamente después de cuatro largos años en los que Trump ha actuado como "empleado modelo" de las plataformas que hoy anuncian su despido. Debido a la cantidad de visitas e interacciones que les aseguraba, por no hablar de la permanente atención mediática puesta en sus cuentas personales (publicidad gratuita), ninguno le quiso fuera hasta tener por segura su caída en desgracia.
Es únicamente cuando se hace oficial que Trump no será el próximo presidente y, por tanto, se confirma que sus contenidos se devaluarán sin remedio (al pasar a ser declaraciones sin trascendencia política), Twitter y Facebook deciden renunciar a su "jugador franquicia" tras adivinar su inminente decadencia. Sus Consejos de Administración hicieron el cálculo y consideraron que, a partir del 6 de enero de 2021, mantenerle en plantilla les perjudicaba más que les beneficiaba, y optaron por emitir sendos comunicados distanciándose de una estrella en horas bajas.
Ahora más que nunca, Trump y el trumpismo parecen descabezados política y mediáticamente, tras perder las elecciones y ser declarados persona non grata por los gigantes tecnológicos. Pero un movimiento social de estas características, con casi 75 millones de votantes y apoyos internacionales, no desaparece de la faz de la Tierra porque sea censurado en el club privado de un Zuckerberg o un Dorsey.
De creerlo así, estaremos asumiendo (equivocadamente) que los límites tanto de la vida política como de Internet coinciden de manera exacta con los dominios de las grandes plataformas. Nada más lejos de la realidad: ni la política se limita a las opiniones "toleradas" en las cronologías de Twitter o Facebook, ni Internet se reduce a las aplicaciones y servicios de uso mayoritario.
Lejos de desaparecer, el trumpismo se encuentra ya buscando canales alternativos de comunicación, en los que poder exponer sus puntos de vista sin temer que se les silencie. Hablando desde la perspectiva estrictamente técnica, expulsar a cualquier cantidad de personas de una red social propiedad de una sola empresa es cosa sencilla (basta con dar la orden); echar de Internet es, por el contrario, misión imposible, incluso para las capacidades de cualquier Estado o corporación.
Por eso, para cuando el trumpismo haya sido capaz de dar con una red de medios suficientemente descentralizada y resiliente, que no dependa a ninguno de sus niveles de las grandes plataformas tecnológicas, intentar atajar este problema será tan imposible como en el juego de "aplasta un topo" ("Whack-A-Mole").
A medida que se estrecha el cerco digital en torno a los seguidores de Trump y la censura se intensifica, se les impulsa a dar con alternativas cada vez más libres del control de la "Big Tech". Si los servicios mayoritarios deciden suprimir activamente sus puntos de vista, entonces construirán espacios que no sean censurables por nadie o, en su defecto, solamente por administradores afines.
Si Parler, aun con sus muchas limitaciones (red centralizada en manos de una empresa privada, exactamente igual que sus rivales de mercado) es retirada de las tiendas de aplicaciones de Google y Apple, entonces no tardarán en pensar soportes comunicativos que no dependan de ellas, como aplicaciones que se puedan descargar directamente de una web. O renunciar al formato aplicación y volver a alojar todo el contenido en webs atractivas o foros accesibles mediante sitios espejo (mirrors), tan incensurables como lo es The Pirate Bay.
Y si Amazon Web Services (AWS), la red de servidores contratada por Parler para el alojamiento web, les amenaza con dejar sin servicio, acudirán a otros proveedores u optarán por gestionar ellos directamente la infraestructura responsable de mantener activa su red de medios. Incluso Trump parece estar coqueteando con la idea de crear su propia red social, proyecto que si termina materializándose de manera inteligente será imposible de apagar, lo quieran o no en Silicon Valley.
Con esta demostración de poder (acompañada de pomposos "comunicados oficiales"), las plataformas han cometido un error táctico: convertir su tarea moderadora en un espectáculo que polariza hasta el punto de ser plausible una secesión organizada de una parte de sus usuarios. El secreto de la moderación de contenidos políticos consiste en no rebasar nunca cierto umbral que hace que todas las partes reconozcan esa red social como un "espacio neutral" en el que desplegar su discurso.
Para no perder usuarios (objetivo al que se subordinan todos los demás) es preciso mantener la actividad censora en ese punto exacto en el que todos se sientan suficientemente cómodos como para no irse a otro servicio, ya sea porque consideren que el intervencionismo de los administradores es demasiado o demasiado poco.
De ahí el error táctico mencionado, que a medio plazo tendrá consecuencias políticas: al lanzar el mensaje de que el trumpismo ya no es en absoluto bienvenido en los canales mayoritarios, se le impele a replegarse en blogs y redes alternativas, desde las cuales podrán preparar una "segunda ola" que las plataformas mayoritarias no podrán frenar en modo alguno.
Igual que hacen con los cambios a nivel de diseño, la expulsión de Trump ha sido una manera de testear la reacción del público, en este caso ante el secuestro corporativo de lo que sigue siendo una cuenta gubernativa. Y el aplauso generalizado en torno a su decisión les da el pretexto perfecto para que las grandes tecnológicas inicien una escalada de intervenciones con trasfondo político sin que nadie (salvo los afectados) haya puesto el grito en el cielo.
Si censuraron impunemente al presidente de Estados Unidos, ¿acaso no se van a atrever a censurarnos a ninguno de nosotros? Para cuando pase la euforia y las plataformas empiecen a actuar de manera que nuestros propios posicionamientos políticos se vean negativamente afectados, habremos avalado decisiones que más temprano que tarde se volverán contra nosotros.
De momento, todo indica que los denostados trumpistas serán la única fracción de todo el espectro político que habrá entendido a tiempo el peligro que comporta la dependencia comunicativa respecto de las grandes plataformas.
Al haber empezado ya (por lo que les toca) a ir en busca de una red de medios descentralizada, se ponen a salvo de una deriva censora que parece inminente. Y mientras el resto se dedica a seguir alimentando el negocio de las redes sociales, otros se organizan para lograr una independencia comunicativa sin parangón, que a medida que se estreche la libertad política en los canales mayoritarios, ellos podrán conservar en condiciones de exclusividad.
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