
En 1920 Lenin definió el comunismo como «el poder de los sóviets más la electrificación». La frase sintetizaba lo esencial del programa revolucionario bolchevique: organismos de coordinación obrera de la producción y tecnología moderna. Cien años después, Aaron Bastani se ha atrevido a actualizar la definición del líder bolchevique en el libro Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado (Antipersona, 2020). No ha tocado nada de lo esencial: comunismo equivale en 2022 a planificación estatal apoyada en la cibernética.
El ensayo de Bastani afirma que hoy se dan ya las condiciones técnicas para una transición hacia el Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado (CLTA). Con un nombre tan sugerente, tan de la mercadotecnia actual, habría que considerar al CLTA como algo a medio camino entre la utopía revolucionaria y el meme exitoso. El texto, que desprende un optimismo que no se recordaba desde 1992, avisa de que las tecnologías en proceso de desarrollo van a traer una «oferta ilimitada de información, trabajo, energía y recursos» (Bastani, 2020: 72). Gracias al progreso que todas estas innovaciones científico-técnicas supondrán en términos de abundancia material y capacidad de planificación, el proyecto comunista será una opción tecnológicamente viable por primera vez en su historia.

Detengámonos aquí. El comunismo se entiende como un estado social habilitado por la tecnología, un programa que solo puede «descargarse» socialmente si se cumplen los requisitos a nivel técnico. Es desde hace muy poco que se dan estas condiciones, según el autor: «debemos ver el comunismo no solo como una idea adecuada para nuestro tiempo sino imposible hasta ahora» (2020: 72). Esta idea no es única de Bastani. El marxista Maxi Nieto ya la planteó en su introducción a Ciber-comunismo, libro de 2017 que aspira a desarrollar académicamente lo que ahora identificamos como CLTA: «hoy se reúnen por primera vez las condiciones tecnológicas necesarias para planificar realmente una economía extensa con una división del trabajo desarrollada en base a los principios que proponía Marx» (Cockshott y Nieto, 2017: 32). Dado que tales factores habilitantes no han existido hasta hace relativamente poco tiempo, Bastani no duda en sentenciar que «un buen número de proyectos políticos [que] se han calificado a sí mismos de comunistas en el último siglo» se identificaban con una etiqueta que «no fue precisa ni tecnológicamente posible» (2020: 72). El CLTA se quedaría entonces como la única propuesta comunista formulada en un contexto adecuado, ya que antes no era un modelo tecnológicamente viable sobre todo a causa de las limitaciones en la capacidad computacional (Cockshott y Nieto, 2017: 34).
Realismo capitalista
Comunismo equivale para Bastani a una disposición de aquellas técnicas que aseguran la abundancia para aumentar exponencialmente el nivel de vida de la mayoría de la población. El CLTA se concibe como solución para un problema social cuyo origen es percibido como solo técnico: la mala distribución de la abundancia y la precariedad material que de ella deriva. Este comunismo, al no apreciar en la sociedad desórdenes de naturaleza no material, no ve necesario desafiarla elaborando una propuesta alternativa en la dimensión ético-cosmotécnica. De ahí que en el núcleo del CLTA se esconda un Nihilismo de Lujo Totalmente Automatizado, incapaz en el fondo de escapar del «realismo capitalista» (Fisher) que tanto critica el libro.
El CLTA es la forma suprema de realismo capitalista. Es la variante que le postula al capitalismo algunas objeciones en el plano económico como peaje para poder suscribirlo sin matices como forma de vida universal. Lo esencial de la propuesta de Bastani no es que se identifique como comunista sino que, como el capitalismo, no conciba una técnica no rendida a lo productivo ni subordinada a un cosmos trascendente a lo humano. En ausencia de valores que cohesionen internamente la sociedad, el sucedáneo de unidad se lo proporciona la cibernética al precio de degradarla al rango de realidad puramente numérica.
En tanto que las «alternativas utópicas» permanezcan dentro del marco ético inmanentista-cibernético, va a ser imposible imaginar un modelo de sociedad muy distinto de nuestro mundo actual. Por ello no puede sorprender que el CLTA proponga en el plano de la ética una copia degradada del ethos capitalista:
«En el comunismo de lujo totalmente automatizado veremos más partes del mundo que nunca antes, comeremos comidas de las que no hemos oído hablar, y viviremos vidas equivalentes, si queremos, a las de los millonarios de hoy en día. El lujo lo invadirá todo (…). [L]os amplios beneficios sociales del cambio a un comunismo de lujo totalmente automatizado deben verse como paralelos a una mejora a escala personal, en lugar de como un sacrificio por un bien mayor (…). Solo vas a poder vivir la mejor de las vidas en el comunismo de lujo totalmente automatizado» (Bastani, 2020: 231, 228).
En ningún momento se presenta el CLTA oponiéndose al estilo de vida capitalista. Por el contrario, pretende hacerlo extensible a todos haciendo técnicamente posible generalizar las vidas de los millonarios, viajar a todos los rincones del globo y degustar exquisitos manjares. Al hacer del nivel de vida material la única variable de interés, el ethos capitalista permanece incólume. Si hay algún vestigio de radicalidad en Bastani, debemos circunscribirlo a la reforma económica del capitalismo en un sentido social. El problema que surge inmediatamente es que la sociedad resultante de la reorganización socialista-comunista de la economía es idéntica a la que ya teníamos antes de la transformación: inmanentista, hedonista, individualista y desconocedora de principios que doten de un sentido al orden de la vida: nihilista.

Los elementos esenciales de la cultura liberal-burguesa salen incuestionados del simulacro de subversión que le supone el CLTA. Bastani, que denuncia en su libro que «el capitalismo liberal ha pasado de ser un proyecto contingente a un principio de realidad» (2020: 31), participa de este imaginario al pensar que lo esencial del capitalismo radica en la organización técnica de su economía y no en su régimen ético.
«La tecnología determina la historia»
Las fuentes de las que bebe Bastani dan poco margen a la sorpresa. El autor se sirve del Manifiesto Comunista y de los Grundrisse para tratar de demostrar que su propio punto de vista en relación a la tecnología es coincidente con el de Marx. La diferencia con el de Tréveris estribaría en una cuestión de contexto pero no de perspectiva: Marx escribió toda su obra filosófica con la revolución industrial como telón de fondo (el Manifiesto ve la luz en 1848) mientras que Bastani ha publicado su ensayo en plena revolución informática (2019). El joven escritor británico diferencia los periodos de ambos refiriéndose a ellos como Segunda y Tercera Disrupción, respectivamente.
Bastani constata que Marx fue un lúcido observador de las transformaciones tecnosociales asociadas a la Segunda Disrupción. Supo ver que «los cambios en la tecnología, la producción y la vida social acabarían poniendo los cimientos de una sociedad completamente nueva» (Bastani, 2020: 53). Esta nueva sociedad sería la moderna y burguesa, hija de la industrialización. Con el salto de la producción artesanal a la capitalista e industrial se generaron las condiciones técnicas para que el mundo moderno pudiera desarrollarse.

El autor realiza una breve pero acertada interpretación del Manifiesto en calidad de tratado sobre la técnica moderna. Apoyándose en la que es la pieza central del marxismo, afirma que de ella se deriva que «la tecnología significa tanto la política, (…) es un precursor tan necesario como la conciencia de clase y la lucha colectiva» (Bastani, 2020: 236). En realidad, lo que Bastani sugiere es que las ideas utópicas importan bastante menos que el contexto técnico a la hora de poner en marcha un determinado modelo de sociedad. Nieto le ratifica desde el marxismo al admitir que «las condiciones tecnológicas –y esto también debería ser evidente para un marxista– esclarecen las verdaderas alternativas que hay en juego en cada momento al dotarlas o no de viabilidad, por lo que constituyen una plataforma esencial para asentar propuestas políticas» (2017: 29). Más sencillo: sin tecnología avanzada no hay comunismo posible.
Aunque este enfoque «tecnocéntrico» pueda a priori dar impresión de provocador, en realidad se encuentra perfectamente alineado con lo sostenido por Marx y Engels en el Manifiesto: «[l]a burguesía, gracias al rápido perfeccionamiento de todos los instrumentos de producción y a la inmensa mejora de las comunicaciones, arrastra a todas las naciones, incluso a las más bárbaras, hacia la civilización» (2001: 46). En su reseña del libro, Pablo Castaño le ha criticado a Bastani que la tesis según la cual la tecnología determina la historia «responde a una interpretación bastante extraña del marxismo» (2021), cuando todo parece indicar lo contrario. A saber, una perfecta comprensión del marxismo por parte del autor británico y una «interpretación bastante extraña» de las ideas de Marx en el caso del segundo. Son los nuevos medios tecnológicos (y no la expansión de las ideas de igualdad) los que hacen que las diferentes culturas se disuelvan en una civilización mundial:
«Los particularismos nacionales y los antagonismos de los pueblos desaparecen cada día más, simplemente con el desarrollo de la burguesía, con la libertad de comercio, el mercado mundial, la uniformidad de la producción industrial y las formas de vida que a ella corresponden. (…) ¿Hace falta profundo conocimiento para comprender que al cambiar los hombres sus condiciones de vida, su existencia social, cambian también sus representaciones, sus visiones y conceptos, en una palabra, su conciencia?» (Marx y Engels, 2001: 65-66).
La carrera tecnológica
Argumenta Bastani que la innovación tecnológica es «una característica inherente al capitalismo», ya que «el imperativo de la competición implicaba que los capitalistas siempre tenían que encontrar formas más baratas y eficientes de producir las mercancías» (2020: 55). En este sentido no hay que olvidar que la burguesía es presentada en el Manifiesto Comunista como «la primera clase dominante de la historia no conservadora, sino movilizadora de las fuerzas del progreso histórico» (Luján, 2022).

Marx y Engels lo justifican explicando que, mientras que «[l]a conservación inalterada del antiguo modo de producción era (…) la primera condición de existencia de todas las clases industriales anteriores (…)», la burguesía «no puede existir sin revolucionar continuamente los instrumentos de producción, esto es, las relaciones de producción, esto es, todas las relaciones sociales» (2001: 45). La necesidad innovar constantemente en el proceso productivo para competir en el mercado mundial la obliga a implementar un régimen de «experimentación permanente con los flujos de trabajo y la tecnología, con el fin de conseguir una eficiencia mayor» (Bastani, 2020: 74). El sino de su época es el cambio permanente, lo que ha provocado que «el ritmo de los cambios históricos se est[é] acelerando» (Bastani, 2020: 59).
Los padres del comunismo elogiaron la habilidad de clase de la burguesía para surfear el cambio tecnológico que deriva de la Segunda Disrupción, incluso siendo perfectamente conscientes que el sello de identidad de la nueva era sería «[l]a continua transformación de la producción, la incesante sacudida de todos los estratos sociales, la eterna inseguridad y movimiento» (2001: 45). De acuerdo con esta descripción del mundo liberal-burgués, no podría existir, como defiende Bastani, una Tercera Disrupción vinculada a la informática o a ninguna otra técnica, ya que el cambio tecnológico actual sería la enésima rearticulación de la Segunda. Si la era de la burguesía se caracteriza por «la eterna inseguridad y movimiento», todos los cambios del paradigma tecnológico (presentes y futuros) quedarían necesariamente integrados dentro de la Segunda Disrupción. En ningún caso serían iniciadores de una nueva.

El marxista Bastani se distancia en esto de una interpretación ortodoxa para advertir de la llegada de una Tercera Disrupción que pondría en jaque los fundamentos de la sociedad burguesa: «se están sentando las bases [técnicas] para una sociedad capaz de dejar atrás la escasez y el trabajo» gracias a «la aparición de una oferta ilimitabda de información, energía y recursos» (2020: 25, 72). En este caso, el arsenal de nuevas técnicas analizadas en el libro (automatización, energías renovables, minería espacial, tecnologías de la salud y alimentación sintética) estaría a punto de instaurar un cambio de paradigma que habilitaría técnicamente el CLTA y condenar a la obsolescencia al mundo nacido de la Segunda Disrupción.
Los aceleradores de la historia
«La tarea de las revoluciones consiste esencialmente en la emancipación no de los hombres, sino de las fuerzas productivas» (Simone Weil, Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social).
Los impulsores de la Liga de los Comunistas estuvieron entre los mayores entusiastas del proceso de modernización dirigido por la clase burguesa:
«En esta fase [feudal], los proletarios no combaten, pues, a sus enemigos sino a los enemigos de sus enemigos, los restos de la monarquía absoluta, los terratenientes, la burguesía no industrial, los pequeños burgueses. De manera que todo el movimiento histórico se halla concentrado en manos de la burguesía» (Marx y Engels, 2001: 52).

La circunstancial adhesión de Marx y Engels a la causa de la burguesía responde a su papel de aceleradora de un ciclo histórico, que terminaría asentando las condiciones ideales para una transición hacia el socialismo. Bastani explica que, para ellos igual que para sí, el comunismo se encuentra «supeditado al cambio tecnológico: cuanto más se desarrollasen las fuerzas productivas, más grande sería su capacidad de ofrecer un nuevo tipo de sociedad» (2020: 77). La tecnología se revela como el auténtico factor habilitante de la revolución. Sin la base material engendrada por el modo de producción capitalista, el programa comunista no podría llevarse a cabo. Es por este motivo que los socialistas identificaron su causa como transitoriamente alineada con la del progreso histórico capitalista:
«Esta tendencia centralista del desarrollo del capitalismo es una de las bases principales del futuro sistema socialista, porque a través de la máxima concentración de la producción y del intercambio se abona el terreno para una economía socializada gestionada a escala mundial de acuerdo con un plan uniforme. (…) Por consiguiente, el marco político idóneo en que opera y triunfa la lucha de clases del proletariado es el gran estado capitalista. (…) El moderno movimiento socialista, hijo legítimo del desarrollo capitalista, posee, pues, el mismo carácter eminentemente centralista característico de la sociedad y el estado burgueses» (Luxemburgo, 1998: 107-108).
El socialismo es la última expresión de un proceso histórico-técnico que tiende a la progresiva centralización política y administrativa, hasta posibilitar el diseño de un «plan uniforme» a escala mundial. Este plan cuenta hoy con el inestimable apoyo de la cibernética, ciencia del «control y la comunicación» en proceso de crear las bases técnicas para el gobierno centralizado de una tecnocracia planetaria. El marxista Karl Kautsky se refería a este estadio de integración técnica como de «unión de toda la humanidad civilizada en una sola lengua y una sola nación» (en Luxemburgo, 1998: 39) una vez que no se planteen resistencias al establecimiento del «plan uniforme». Visto así, el socialismo marxista nunca habría sido un opositor del capitalismo sino su mayor valedor, dado que necesita que su marco se imponga mundialmente para el posterior establecimiento de la sociedad comunista.

El castillo en el cielo
Hay un punto ciego que atraviesa toda la obra de Bastani: la ilusión que, en algún momento, va a ser posible instalarse en un mundo liberado de la escasez material gracias a los prodigios de la técnica. Esta hipótesis, no está de más decirlo, no es original suya. Nuestro autor se limita a reproducir en el contexto de la Tercera Disrupción las mismas perspectivas esperanzadoras que Marx y Engels depositaron en la Segunda. Ellos fueron los primeros en considerar que la tecnología de su tiempo sentaba las condiciones para el «reino de la libertad», ese que Bastani ahora ha rebautizado como CLTA. Por este motivo, la sospecha de tecnooptimismo que suele caer sobre el autor británico (Castaño, 2021) es un reproche injusto si no se dice lo mismo del Manifiesto Comunista, del que Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado es un mero remake.
Tanto en el comunismo marxista como en el CLTA no se tendría que pensar ya más en el aprovisionamiento material, porque se le habría encontrado una solución técnico-institucional. Sería un reino de la libertad parecido al «Edén bíblico», en el que fluiría una «abundancia espontánea similar a la Edad de Oro de Hesíodo y Telecleides» (Bastani, 2020: 76). El problema reside en que una sociedad de este tipo, que haya doblegado la escasez de manera irreversible, no puede existir en la realidad. El reino-de-la-libertad-sin-necesidad es una utopía que el comunismo heredó del optimista siglo XIX, en el que los idealismos de todo signo se dedicaron a montar grandes castillos en el aire. El CLTA es la enésima rearticulación política de ese delirio marxista, que cree que la ciudad de Dios se encuentra a la vuelta de la esquina gracias al progreso histórico-técnico.

Rebosante de optimismo, Bastani pide que se cuestione el supuesto que «la escasez siempre va[ya] a existir» (2020: 294) por considerarlo producto de una fase histórica a punto de quedar superada por la Tercera Disrupción. La realidad, no obstante, es que la posibilidad de sufrir escasez es intrínseca a nuestra condición terrenal. En su crítica del marxismo, Simone Weil apuntaba a esto mismo:
«mientras el hombre viva, es decir, mientras constituya un fragmento mínimo de este universo despiadado, la presión de la necesidad jamás se distenderá un solo instante. En el mundo en el que vivimos no puede tener lugar, salvo por ficción, un estado de cosas en el que el hombre obtendría tanto disfrute, y con tan poca fatiga, como quisiera. La naturaleza, es verdad, es más clemente o más severa con las necesidades humanas según los climas y, tal vez, según las épocas; pero esperar la milagrosa invención que la haría clemente en todas partes y de una vez por todas es, poco más o menos, tan razonable como las esperanzas vinculadas, en otro tiempo, al año mil» (1995: 101).
En tanto que seres terrenales, seguimos y seguiremos por siempre sometidos a las fuerzas ciegas de la naturaleza, por mucho que eventualmente se pueda disminuir (que no anular) su influencia sobre nosotros a través de la tecnología.
Bastani tiene razón a medias. Si bien es cierto que hoy existen las condiciones técnicas para no sufrir escasez material, esto es siempre y cuando todo funcione exactamente en la manera que la administración cibernética ha previsto. Insistir en el siempre y cuando es esencial para dejar claro que la inseguridad existencial sigue latiendo bajo incontables capas de progreso tecnológico. Si algo imprevisto sucediera en la cadena de producción, cualquier ilusión de abundancia se daría de bruces con la realidad terrestre. Ni siquiera el metaverso, ese proyecto de realidad alternativa que aspira a absorber buena parte de nuestra vida material, podría subsistir un solo segundo sin Internet y un flujo de electricidad constante, lo que requiere una vasta infraestructura. Todos los mundos ideales a los que intentemos dar forma no pasarán de versiones low cost del Edén, condicionados en última instancia por algo superior a ellos.

En el momento de escribir este artículo, Alemania se prepara para un invierno de restricciones energéticas: los gasoductos Nord Stream 1 y 2 han sido saboteados. El año pasado, un único barco encallado en el canal de Suez tuvo en vilo al comercio mundial y a punto estuvo de precipitar una crisis de suministros. Todos estos ejemplos nos recuerdan que cualquier escenario de abundancia es ilusorio, no por poco real sino por la permanente amenaza de avería, y que así va a seguir siendo siempre. También en el CLTA. Como humanidad, no podremos dar nunca por superado el estadio de la necesidad, que asoma como un depredador escondido cuando alguna parte de lo previsto falla.
La mejor de las cibernéticas posibles
Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado es una obra perfectamente alineada con el espíritu de progreso que preside el Manifiesto Comunista. El meme de Bastani no es sino otro nombre para un socialismo sostenido por las armas de la cibernética, equivalente en nuestra época al socialismo industrial con el que soñaron Marx y Engels. Es la informática y no la ideología la que ha sentado las bases de un verdadero «socialismo del siglo XXI». Con la progresiva integración técnico-administrativa en un único «Estado homogéneo y universal» cuya lengua oficial es el lenguaje de programación, el CLTA encuentra las condiciones ideales para presentarse como siguiente paso del proceso de modernización.
Marx, Lenin y Bastani comparten una misma concepción técnica del comunismo, «sóviets y electrificación» o CLTA como receta genérica para construir un mundo nuevo. El capitalismo se impugna por no estar a la altura de su técnica, por ser un «sistema productivo ineficiente desde el punto de vista de las capacidades tecnológicas y materiales que él mismo despliega» (Cockshott y Nieto, 2017: 14). Es el mismo reproche que le dirigía el Manifiesto: «la moderna sociedad burguesa, que tan espectaculares medios de producción y comunicación se ha sacado del sombrero, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias subterráneas que él mismo ha conjurado» (Marx y Engels, 2001: 48).

En cuanto a lo ético-normativo, nada importante tienen que reprocharle. Bastani, recordemos, habla incluso de llevar vidas como las de los millonarios actuales. Los promotores de este «comunismo de robots» refuerzan el realismo capitalista en la medida que son incapaces de llevar su impugnación más allá del plano de la organización técnica de la economía. Han asumido la ética liberal-burguesa como principio de realidad y, con ella, su concepción de la tecnología como despliegue de las técnicas más productivas sobre una naturaleza reducida a almacén de materias primas. Ninguno tiene intención de explorar sendas ético-cosmotécnicas alternativas frente al sistema tecnológico imperante, cuyo desarrollo y universalización a escala planetaria entienden como necesario para una transición hacia el CLTA. No obstante, la discrepancia ha quedado hasta tal extremo reducida, que el calibre de la crítica que le plantean al capitalismo puede ser perfectamente asumido por el escenario de «fin de la historia»:
«No hay lucha o conflicto en torno a grandes asuntos (…) lo que queda es principalmente actividad económica. (…) la lucha ideológica a escala mundial que exigía audacia, coraje, imaginación e idealismo, será reemplazada por el cálculo económico, la interminable resolución de problemas técnicos, la preocupación por el medio ambiente, y la satisfacción de las sofisticadas demandas de los consumidores» (Fukuyama, 1988: 9, 31).

En un contexto en el que lo político ha quedado reducido a un problema técnico-administrativo, toda la fricción ideológica se limita a la elección de la mejor de las cibernéticas posibles. Todo posible debate queda circunscrito a los aspectos técnico-materiales de la actividad productiva y su organización, es decir, asuntos relativos al «cálculo económico, la interminable resolución de problemas técnicos» y «la satisfacción de las sofisticadas demandas de los consumidores». Esta delimitación tecnicista del terreno de juego de lo político asegura que ni sus supuestos críticos asocien al capitalismo con un régimen ético particular, ya que lo han interiorizado como el único posible.
En la medida que queramos sustraernos del realismo capitalista, habrá que disputarle al «comunismo de robots» su definición técnica de comunismo con el objetivo de dotar la palabra de un contenido ético positivo. La discrepancia es de orden lingüístico:
«El comunismo no es una forma diferente de distribuir la riqueza, de organizar la producción o de gestionar la sociedad. El comunismo es una disposición ética, una disposición a dejarse afectar, en contacto con otros seres, por lo que tenemos en común» (Comité Invisible, 2011).

La elaboración de una, varias o muchas propuestas ético-cosmotécnicas que devuelvan al hombre al lugar del que la cultura moderna le sustrajo resulta inesquivable. Hay que volver a la Tierra y reconocernos como sus criaturas, seres creados al son de la música celeste. Comparado con la magnitud de este reto, la articulación ideológica que le demos es una cuestión menor. Y si algo como el comunismo (si es que esa nomenclatura sigue siendo salvable) quiere postularse como algo más que como siguiente fase del progreso histórico-técnico, es imprescindible que empiece por la pregunta esencial: ¿cómo podríamos vivir de otra manera?
Bibliografía
- Bastani, A. (2019): Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado. Barcelona: Antipersona.
- Castaño, P. (2021): «El peligro del tecno-optimismo de izquierdas».
- Cockshott, P. y Nieto, M. (2017): Ciber-comunismo. Planificación económica, computadoras y democracia. Madrid: Trotta.
- Comité Invisible (2011): «Propagar la anarquía, vivir el comunismo», charla en la New School de Nueva York en mayo de 2011.
- Fukuyama, F. (1988): «¿El fin de la historia?».
- Luján, E. (2022): «El metaverso de la burguesía».
- Luxemburgo, R. (1998): La cuestión nacional. Barcelona: El Viejo Topo.
- Marx, K. y Engels, F. (2001): Manifiesto Comunista. Madrid: Alianza.
- Weil, S. (1995): Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social. Barcelona: Paidós.
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Artículo originalmente publicado en El Viejo Topo 419 (diciembre de 2022)
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