
Apagarlo todo. Lanzar los servidores al espacio exterior con un cohete de SpaceX. Empezar de nuevo. En esos tres pasos queda resumido lo esencial de la propuesta de Aris Roussinos en UnHerd, ahora que ya es oficial el traspaso de Twitter a manos de Elon Musk.
Habiendo fracasado todos los intentos de fuga hacia otras plataformas, ya solo queda exigirle al extravagante millonario la suspensión del servicio. Dado que sus usuarios se han demostrado incapaces de acabar con Twitter desde abajo, no queda otra que solicitar que lo desconecten desde arriba. Y que Elon Musk pase de ser un mero empresario al katechon de nuestra época, dique que con su fuerza impide que el Anticristo se revele en su plenitud.
En la Segunda carta a los tesalonicenses Pablo se refiere al Anticristo como “el hombre sin ley, el destinado a la perdición, el Rival que se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto” (2 Ts. 2: 3-4). Interpretándolo como un concepto sociológico, el Anticristo sería otro nombre para la disgregación social y la anarquía. La semilla de la discordia que aboca a las sociedades a una espiral de violencia autodestructiva. De hecho, lo que Pablo describe como la llegada del Anticristo, Donoso Cortés lo entiende en términos puramente políticos: es el momento en el que las revoluciones triunfan y convierten en ley suprema “los deseos sobrexcitados de la muchedumbre” (Discurso sobre la dictadura).

Si el signo del Anticristo es la discordia que emana del instinto animal desatado (como en las revoluciones que describe Donoso), parece evidente que un sitio como Twitter acerca mucho su llegada. La plataforma lleva años convertida en una vasta arena multijugador en la que completos desconocidos luchan entre ellos por el reconocimiento de los señores feudales (bluechecks). Elon Musk no ha comprado una red social, sino un portal a través del cual el Anticristo se asoma a nuestro mundo y se permite “sembrar el desorden, la violencia y el infortunio entre sus súbditos” (René Girard, Veo a Satán caer como el relámpago).
Tan solo el katechon cuenta con poder como para retrasar la llegada del Anticristo. Pablo de Tarso deja caer esta idea en la misma carta: “Ya saben qué es lo que ahora lo retiene para que no se manifieste antes de tiempo. La fuerza oculta de la iniquidad ya está actuando; sólo falta que el que la retiene se quite de en medio” (2 Ts. 2: 6-7). Puesto que el principio disgregador representado por el Anticristo “ya está actuando” en este mundo, de lo que se trata es de impedir que se manifieste del todo. Detener su avance oponiéndole un muro lo suficientemente resistente, erguido sobre el principio contrario. La tarea del katechon consiste en aplicar una farmacología política que cierre el paso a las potencias destructoras y cure el cuerpo social dañado.

Elon Musk, nuevo dueño y señor de Twitter, se encuentra ante la tesitura de poder decretar el cierre unilateral de la plataforma y ejercer así de katechon, bloqueando el avance del Anticristo. Con su compra, el magnate sudafricano ha adquirido la capacidad para suspender el servicio sin que ningún gobierno o junta de accionistas se lo pueda impedir. Con un simple chasquido de dedos, Musk podría ordenar la desaparición de la principal plataforma comunicativa a nivel mundial. Y sentarse, como hizo Thanos, a “ver el amanecer de un universo agradecido”.
Y luego, ¿qué?
Tan pronto como Musk chasqueara los dedos, reordenaría entero el mapa de Internet. Las redes alternativas no crecen orgánicamente, sino “por oleadas que coinciden con los escándalos y crisis reputacionales de Twitter”. Puesto que esto es así, cerrarlo definitivamente abriría el camino a una migración masiva que hasta ahora se ha probado irrealizable. La totalidad de sus usuarios, desde Jack Dorsey hasta la cuenta anónima con un par de seguidores, se tendría que enfrentar a una misma pregunta: “¿a qué sitio me voy ahora?”. Fulminado el servicio, les daría además la posibilidad de responder a ella libremente, sin verse coaccionados por la importancia social que ha adquirido hoy Twitter.
De esta manera, el Thanos de Pretoria habría producido las condiciones ideales para retrasar la llegada del Anticristo y de paso despertar un muy necesario debate acerca de las formas y lugares deseables para la socialización digital. Un debate ético-cosmotécnico como no lo ha habido nunca, a causa del nivel de dependencia actualmente existente respecto del pájaro azul.

Justo después del “día D”, los usuarios que quedaron huérfanos tendrían que buscarse un nuevo hogar digital. Empezaría entonces el reparto de la herencia digital de Twitter entre las plataformas que le sobrevivieron. Es seguro que la mayor parte de tuiteros se limitaría a trasladar su actividad a otras plataformas igual de penetradas por el Anticristo, como TikTok. No obstante, lo realmente interesante de todo este proceso queda fuera del pillaje empresarial por hacerse con nuevos clientes. En todo lo que durara, se estaría ante la mayor oportunidad de la historia de Internet para observar las consecuencias de una descentralización forzosa (desde arriba), en la que el componente ético puede tener un papel en la elección de la nueva “patria digital” del usuario. Si este ejercicio de autorreflexión consigue prender en una pequeña parte de los internautas, el gran reinicio comunicativo habrá merecido la pena.
Si Elon Musk decide hacer de Thanos y suprimir Twitter de un plumazo, su chasquido atronador adquirirá una dimensión katechóntica. Casi instantáneamente, el silencio ganado va a liberar el espacio digital como para que se pueda escuchar perfectamente la risa de los bárbaros, sin que ningún equipo de moderadores tenga ya poder como para perseguirla. Después del momento catárquico, éstos van a verse obligados a materializar su secesión construyendo comunidades virtuales que
asum[an] nuestra configuración situada de mundo, nuestra manera de morar en él, la forma de vida y las verdades que nos vinculan, y desde ahí entrar en conflicto o en complicidad (Comité Invisible, A nuestros amigos).

Mientras esperan a que el katechon haga su aparición, los desterrados de la red social tendrán que trabajar en “un concepto nuevo, positivo de barbarie” (Walter Benjamin, Experiencia y pobreza). El objetivo es formarse un criterio ético a la hora de desarrollar, seleccionar e instalarse en espacios de socialización digital. Casi intuitivamente, evitarán los sistemas de crédito social encubierto (como los que imperan en redes sociales), obedecerán a lógicas descentralizadas y no dejarán que su existencia virtual dependa de unos arbitrarios “términos y condiciones”. Los bárbaros no pueden sino desear el fin de la jaula virtual que es Twitter y clamar por un nuevo comienzo, en el que todos partan de una radical igualdad de condiciones para desplegar sus redes de comunicación.
Delenda est Twitter. Y que su cráter comunicativo lo cubran infinitas alternativas de socialización digital (newsletters, blogs, foros, podcasts, grupos de correo...) cuyo signo común sea la ética de la comunicación, no sabemos si una “ética del bárbaro”. En eso se está ya, mientras se espera a que el Thanos sudafricano chasquee por fin los dedos.
Do it, Elon.
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